Las escuelas católicas enseñan a los niños que pueden ser santos
18 de agosto de 2023
Columna del Arzobispo Wenski para la edición de agosto 2023 de La Voz Católica.
San Ireneo, uno de los primeros Padres de la Iglesia, dijo una vez: “La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”. Esto explica por qué la Iglesia ha puesto tanto énfasis en la educación. Las escuelas católicas buscan ayudar a sus estudiantes a alcanzar su pleno potencial humano y, al hacerlo, creemos que pueden dar gloria a Dios y un día alcanzar la visión de Dios.
La educación, especialmente la educación de los pobres siempre ha sido parte de la misión de la Iglesia. Se consideraba que educar a los pobres era la forma más eficaz de sacarlos de la pobreza. La educación católica de hoy debe también rescatar a los jóvenes de hoy del empobrecimiento, tanto material como espiritual.
El compromiso con nuestra misión y nuestra identidad católica es lo que hace que nuestras escuelas sean especiales, únicas e insustituibles. Nuestra identidad católica debe convertirnos en algo más que “escuelas privadas” de buen tono o “escuelas públicas” que cobran la matrícula.
Como me gusta recordar a profesores y alumnos por igual, mientras que en otras escuelas se enseña el “test”, en las escuelas católicas se enseña el “sí”. Queremos que nuestros hijos sigan el ejemplo de María, la primera discípula, que con toda libertad —pues no tenía pecado— dijo “Sí” a Dios cuando Él le pidió su colaboración para llevar a cabo su plan de salvación del mundo.
Nuestras vidas y las vidas de nuestros estudiantes deben ser manifestaciones de la bondad de Dios. Deben revelarnos algo de la generosidad de Dios y de su sabiduría.
Las escuelas católicas aún ofrecen una combinación única de doctrina católica, valores morales y excelencia académica. Una educación católica, necesariamente apoyada en el ejemplo de los padres en el hogar, puede inculcar el carácter y formar a nuestros jóvenes en las virtudes, es decir, en aquellas cualidades que los harán libres para decir sí, para decir sí a la excelencia en el sentido de la máxima de Ireneo: la gloria de Dios es el hombre plenamente vivo.
Esta es la libertad por excelencia, la libertad de comprometernos en la búsqueda del bien; es la libertad de hacernos santos, de ser santos. Es una libertad que nos ayuda a contribuir al florecimiento humano, al promover la justicia y el bien común de todas las personas en la sociedad. Nuestra nación, nuestra democracia, son más fuertes y mejores gracias a nuestras escuelas e instituciones católicas.
En la cultura actual, nuestros hijos tienen un camino difícil de recorrer, especialmente porque diversas ideologías reduccionistas y falsas han sembrado mucha confusión sobre nuestra comprensión de la persona humana. Por eso invertimos en las escuelas católicas, porque podemos enseñar la verdad sobre el hombre, sobre su origen y su destino final. Al enseñar la verdad, especialmente la Verdad con “V” mayúscula, Jesucristo, podemos ayudar a enseñar el “sí”.
A nuestros graduados generalmente les va muy bien en sus vidas y en sus trayectorias profesionales. Pero volviendo a esa cita de San Ireneo, si la Gloria de Dios es el hombre plenamente vivo, entonces la vida del hombre es la visión de Dios. En las escuelas católicas educamos al niño no solo para hacerlo bien, sino también para hacer el bien. Porque es haciendo el bien, amando a Dios y al prójimo en todas las cosas y sobre todas las cosas, que esperamos disfrutar de la vida eterna.
La misión de las escuelas católicas es hacer que nuestros hijos amen el plan de Dios para sus vidas. Es enseñarles que pueden ser santos –y alentarlos a abrazar la búsqueda de esa santidad con un sí rotundo, un sí liberador al conocimiento de la verdad, la verdad que nos hace libres– libres para disciplinar sus deseos para el bien para el que fuimos creados, suficientemente libres para hacer el bien que Dios nos pide.
El Papa Benedicto XVI dijo una vez: “Por otra parte, toda la educación cristiana tiene como objetivo formar al fiel como ‘hombre nuevo’, con una fe adulta, que lo haga capaz de testimoniar en su propio ambiente la esperanza cristiana que lo anima”. (Sacramentum Caritatis)
Podemos brindarles a nuestros estudiantes la mejor tecnología disponible, los mejores maestros, los programas deportivos más exitosos; podemos dar acceso a nuestros estudiantes a las mejores universidades; podemos darles todo, pero si no les damos a Dios, terminamos dándoles muy poco.